La culpa la tiene la criada filipina

30 junio 2007

@Juan Carlos Escudier – 30/06/2007

Teníamos la casa como los chorros del oro, o eso pensábamos. Habíamos sacado brillo a la plata, teníamos extendida la mejor de nuestras vajillas y daba gloria ver las flores de nuestros jarrones. En esto, llega la OCDE, levanta un par de alfombras –persas, claro- y descubre que el mayodormo -hoy Solbes, ayer Rato, el hijo pródigo que vuelve a forrarse de una vez por todas- es de los que esconde la suciedad bajo los tapices y sólo cambia el polvo por brillo en los candelabros. Traducido al castellano, que si vamos como un tiro es porque estamos creando un nuevo proletariado mal pagado, constituido en su mayoría por inmigrantes. Y que si parece que los salarios del conjunto han perdido poder adquisitivo entre 1995 y 2005 es porque estos muertos de hambre nos bajan la media.

Los indiscretos chicos de la OCDE no han descubierto América, que para eso ya nos valemos nosotros mismos. De hecho, el aumento de la desigualdad, expresada gráficamente en una mayor brecha entre ricos y pobres, ya se había puesto de manifiesto en nuestros indicadores más domésticos, a los que no hacemos ni puñetero caso porque aquí muchos vamos calientes y nos da igual que el resto se ría o se emberrinche. Por sólo citar un ejemplo, la última Encuesta de Condiciones de Vida de finales del pasado año revelaba que el 19,8% de los hogares vivían en 2004 por debajo de umbral de la pobreza y que, de ellos, un 30% eran mayores de 65 años.

Según este mismo estudio, si en 2003 los ingresos del 20% de la población más rica significaban 5,1 veces los ingresos del 20% de los más pobres, en 2004 esa proporción era ya de 5,4. Ahora, probablemente, será mayor. Y mientras los hogares con ingresos menores de 14.000 euros se mantenían en torno al 35% del total, los que disponían de más de 35.000 euros al año representaban el 16,9% en 2004 frente al 14,7% un año antes. Para completar la radiografía, se mostraba cómo la población de rentas bajas aumentaba a un ritmo del 5,4% y la de rentas medias al 3%. En resumen, más hogares con menos recursos y más distancia entre ricos y pobres. Más desigualdad.

Para lo que sí ha servido el descubrimiento de la OCDE es para tapar la boca a varias generaciones de ministros, empresarios y gurús de la economía que llevan toda la vida satanizando que un asalariado pueda vivir un año mejor que el anterior y que llegaron a acuñar una expresión para describir la diabólica asociación entre las subidas salariales y la inflación. Lo llamaban -y lo llaman- la “espiral precio-salarios”, y lo que significa es que si el IPC se dispara la culpa la tienen los de la nómina, que son insaciables.

Una vez certificado que los salarios han perdido poder adquisitivo en la última década, estos señores se quedan sin culpable porque el IPC ha galopado a su antojo. Y si los precios no han subido a consecuencia de los sueldos, ¿por qué lo han hecho? Pues, porque los beneficios empresariales han rozado la pornografía, sin que, como pudiera pensarse, exista relación directa entre los sectores que más dinero han ganado y los que más han creado empleo, el gran pretexto exculpatorio. El paradigma de todo ello es la banca, cuyos beneficios han aumentado anualmente a ritmos de hasta el 20% al año y, simultáneamente, ha destruido decenas de miles de puestos de trabajo.

La gran asignatura pendiente de este Gobierno que se presume de izquierdas será la de tratar de reducir la brecha entre ricos y pobres porque, de lo contrario, el peligro no será el dichoso IPC sino la conformación de una nueva clase social, apaciaguada en época de vacas gordas pero todo un polvorín cuando pinte en bastos. No se puede construir la prosperidad con raciones de miseria. Y eso no se consigue presumiendo de grandes superávits presupuestarios, sino utilizándolos.

Ello requiere distribuir mejor la riqueza, algo que desde el Estado sólo puede hacerse ampliando el Estado del Bienestar, o lo que es lo mismo, incrementando el gasto social, que en la actualidad no llega por cabeza a las dos terceras partes de la media de la antigua Europa a quince. ¿Por qué vamos a tener que parecernos a Estados Unidos si podemos mirarnos en el espejo escandinavo?

Hemos puesto en el palacio mármol de Carrara en los baños y lámparas de araña en los vestíbulos. Nuestros espejos no envidian a los de Versalles. Somos, lo que se dice, un milagro. Pero nos falta limpiar a fondo bajo los muebles y cambiar las cañerías, que son de plomo, y pueden reventar si las somete a fuertes presiones. La humedad sienta muy mal a los palacios, sobre todo sin son de cartón piedra.

El Confidencial – 29-06-2007